miércoles, 1 de julio de 2015

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Carlos Mozón
Carlos Monzón fue una mezcla picante de potencia primitiva y urbanidad -- un playboy rudo que se sentía tan cómodo con el jet set del Riviera como en los suburbios de San Javier que lo vieron nacer. Pero desde los asientos baratos del Madison Square Garden se lo veía distinto que en la televisión. Las luces brillantes y la distancia le daban un aspecto de muñeco de palitos -- puras piernas y brazos.
Pero Monzón era Monzón. Su porte real y su mata de pelo negro eran inconfundibles. Y lo mismo puede decirse de sus pantalones negros con la inscripción de "FERNET-BRANCA", ese licor potente tan popular en su Argentina natal.
Eso fue hace 40 años --el 30 de junio de 1975, para ser exactos-- pero uno no se olvida de la única vez que vio a un pugilista como Monzón pelear en vivo. Yo era sólo un reportero novato, así que ni siquiera solicité una credencial de prensa. En cambio, fui con mis amigos y vi la pelea desde los asientos más altos.
Resultó ser la única pelea de Monzón en los Estados Unidos, una oportunidad irrepetible para ver a este campeón tan único como polémico. Su eventual caída en desgracia fue tan trágica como triunfal había sido su ascenso. Y aunque nosotros no lo sabíamos en ese momento, el arco de su vida ya había pasado su apogeo y comenzado su descenso.
Cuando Monzón llegó a la ciudad de Nueva York para enfrentarse a Tony Licata, no había perdido en más de 10 años y había sido campeón desde noviembre de 1970. Su prestigio era tal que parecía más una visita real que una pelea, sobre todo en compañía de su glamorosa pareja, la actriz/modelo de Susana Giménez.
"Monzón estaba en medio de un tórrido romance con Susana", dijo Carlos Irusta, uno de los periodistas de boxeo más reconocidos de la Argentina. "Se habían conocido un año antes, cuando protagonizaron la película 'La Mary'. Se enamoraron y él comenzó a vivir en Buenos Aires en lugar de su ciudad natal de Santa Fe. Y cuando Carlos viajó a Nueva York a pelear contra Licata, Susana fue con él".
La esposa de Monzón, Mercedes Beatriz, más conocida como "Pelusa", era casi tan volátil como su marido. Cuando se enteró del amorío, confrontó a Giménez en el teatro donde trabajaba la amante de su marido y le gritó "¡Carlos es mío!".
"Tuvieron una especie de pelea", dijo Irusta. "No era ningún secreto que Susana y Carlos estaban saliendo. Algunos meses antes habían ido al hotel Hilton Tamanaco de Caracas, Venezuela. Se suponía que iba a ser un encuentro secreto, pero Susana dejó que la prensa se enterara. No mucho tiempo después del regreso de Monzón tras su pelea con Licata, comenzó el proceso de divorcio entre Carlos y Pelusa".
Licata, pugilista de Nueva Orleans basado en Tampa, vivía en un mundo diferente al de Monzón, un mundo carente de ostentación, mujeres llamativas y bolsas de cinco cifras. Era un boxeador popular como muchos otros, quien se abría su camino en los rankings bajo la dirección de Lou Viscusi, un mánager veterano quien digamos que tenía conexiones en los lugares correctos.
Licata era hijo de padre italiano y madre china, cuyo tío, Ralph Chong, había sido un peso mediano decente. Tony era un artesano hábil y rápido en el molde de otros luchadores destacados de Nueva Orleans, como Willie Pastrano y Ralph Dupas. Había construido una marca de 49-1-3 (20 KOs) antes de alcanzar este combate titular, y su única derrota (por decisión mayoritaria ante Ramón Méndez) había sido vengada.

A pesar de sus credenciales respetables, pocos le daban posibilidades a Licata. Era más audaz que Pastrano y Dupas, y no era reacio a intercambiar cuando creía que podía salirse con la suya, lo cual no es bueno cuando tu pegada es promedio en el mejor de los casos y te enfrentas a uno de los pesos medianos más grandes de todos los tiempos.
Yo había conocido brevemente a Monzón en el banquete de premios de la Asociación de Escritores de Boxeo de América de 1972, donde Carlos fue homenajeado como Boxeador del Año.
El campeón estaba solo, recibiendo elogios con aburrida indiferencia, pero cuando me acerqué, él esbozó una sonrisa.
Por un nanosegundo pensé que era para mí, pero no fue así. La sonrisa era para el peso mediano Bennie Briscoe de Filadelfia, quien estaba justo detrás de mí. Habían peleado dos veces en Buenos Aires, con un empate y una decisión para Monzón. Los 25 rounds que compartieron habían forjado un vínculo que sólo los pugilistas pueden llegar a comprender.
Licata era duro, pero no tan duro como Briscoe. Sin embargo, resultó ser un rival valiente y decidido. Tony básicamente recibió una paliza desde el principio, pero siempre se recuperaba cuando las cosas parecían realmente mal. Monzón lo castigó duro y parejo, sorprendiendo a Licata de ida y de vuelta con fuertes golpes.
A pesar de ello, lo que más se destacó fue el valiente intento del retador contra un pronóstico supuestamente desalentador. Con excepción de ocasionales estruendos de "Argentina", el público de 13.496 personas realmente estallaba cuando Licata contraatacaba.
Ninguno de los golpes de Licata parecía lastimar a Monzón, pero a medida que pasaban los asaltos, dos preguntas exigían respuesta: ¿Qué mantenía a Licata en pie, y por qué Monzón no podía cerrar el show?
El enamoramiento del campeón con Giménez claramente fue un factor. Hasta Monzón lo reconoció.
"Cuando estaba en el ring y la vi en primera fila, alentando y gritando, traté de hacer la mejor pelea de mi vida", reveló Monzón en su autobiografía, 'Mi verdadera vida'.
En eso, falló. El confiadísimo campeón había anticipado que la pelea no pasaría del quinto asalto, pero a pesar de haber sido castigado por todo el cuadrilátero, Licata se mantuvo desafiante en posición vertical al sonar la campana y estaba listo para pelear cuando arrancó el sexto round.
Si Monzón estaba frustrado, nunca lo demostró. Mantuvo la compostura, y no aflojó la presión o los golpes. Luego de absorber una paliza rencorosa en el noveno segmento, Licata finalmente se derrumbó en el décimo, apoyando las manos y las rodillas tras un salvaje golpe de derecha.
Licata se levantó a la cuenta de cinco, pero lucía peligrosamente vulnerable cuando el árbitro Tony Pérez soltó a Monzón. Un par de combinaciones malévolas de izquierda-derecha aterrizaron con todo y Licata apoyó una rodilla. Volvió a ponerse de pie instintivamente, pero Pérez intervino para dar por terminado el combate a los 2:43 y guió al retador de ojos borrosos de vuelta a su esquina.
Licata siguió peleando con éxito moderado hasta 1980, pero incluso en la derrota, éste había sido su mejor momento.
Una vez que el anunciador lo hizo oficial, Monzón se dirigió a las cuerdas, le lanzó un beso al público y levantó ambos brazos. La victoria le valió la portada de Sports Illustrated, titulada "Monzon The Magnificent" [Monzón el magnífico], pero la revista se tomó su tiempo.
Para aquel entonces, Monzón ya tenía 32 años y el desgaste de 97 peleas profesionales empezaba a mostrarse. Teniendo en cuenta su estilo de vida hedonista, que incluía fumar hasta 100 cigarrillos por día, es notable que Monzón haya logrado tanto y se haya mantenido en la cima durante tanto tiempo.
Hubo otras tres defensas exitosas después de Licata, dos contra el gran pegador Rodrigo Valdés, y luego Monzón estaba hecho. La caída que sufrió en su segunda pelea con Valdés convenció a Monzón de que era hora de retirarse. Anunció que colgaba los guantes en agosto de 1977, siendo campeón indiscutido de peso mediano, y continuó siendo una figura muy popular en Argentina durante bastante tiempo.
Sin embargo, la rabia interna que impulsó la carrera de boxeo de Monzón era tóxica fuera del ring, y finalmente lo consumió. Según el escritor Dan Colasimone, Giménez "fue otra de las amantes de Monzon cuyo rostro a veces llevaba los moretones de sus violentos arrebatos domésticos".
Cuando Susana lo dejó, el espiral descendente de Monzón se aceleró.
"Bebía mucho, y podría decirse que era un borracho violento", dijo Irusta. "Yo creo que cuando era incapaz de expresarse con palabras, respondía con violencia. La diferencia es que en el ring ese era su trabajo, y canalizaba toda su agresión".
Las versiones de qué fue lo que ocurrió exactamente en las primeras horas del 14 de febrero de 1988 son múltiples y variadas. Pero todas terminan de la misma manera -- con su esposa Alicia Muñiz (madre de su hijo, Maximiliano) boca abajo en un charco de sangre, dos pisos debajo del balcón de una casa en Mar de Plata. Monzón dijo que ella cayó, pero las pruebas forenses demostraban que había sido estrangulada antes de su caída.
El 3 de julio de 1989, Monzón fue declarado culpable de asesinato por un panel de tres jueces y condenado a 11 años de prisión. Seis años más tarde, recibió permiso para salir por el día por buen comportamiento. En la noche del 8 de enero de 1995, mientras conducía solo de vuelta a la cárcel, Monzón volcó su coche y murió antes de que pudiera llegar ayuda.
Poco después, Giménez invitó a Pelusa a su programa de televisión, donde las dos mujeres profesaron su amor por Carlos y lloraron juntas.

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