lunes, 20 de julio de 2015

AS
El Huracán Hugo dejó a Duncan sin nadar en Barcelona 92
Tim Duncan (25 de abril de 1976, St. Croix, Islas Vírgenes) jugó su primer partido en la NBA el 31 de octubre de 1997: Denver Nuggets 96-San Antonio Spurs 107. Jugó 35 minutos, anotó 15 puntos y capturó 10 rebotes. Desde entonces ha jugado más de 45.000 minutos, anotado casi 26.000 puntos y cogido 14.644 rebotes. Ha ganado cinco anillos, convertido a los Spurs en una de las grandes franquicias de la historia y acumulado un currículum que es en realidad un tomo de la historia del baloncesto: 3 MVP de Finales y 2 de Regular Season, 15 All Star, 10 presencias en el Mejor Quinteto, 8 en el Mejor Quinteto Defensivo… Cuando jugó aquel primer partido, Anthony Davis tenía cuatro años y Andrew Wiggins, dos. Ambos seguirán cruzándose en las pistas con él, un mito que va camino de las dos décadas en la NBA y en San Antonio Spurs y que es ya por derecho legítimo el mejor ala-pívot de la historia y uno de los mejores jugadores de siempre más allá de épocas y posiciones. Uno de los diez mejores. A partir de ahí, van en gustos y criterios…
Gregg Popovich dijo en su día, con su retranca habitual, que se le atribuían conocimientos casi arcanos cuando en realidad su gran contribución a la revolución del baloncesto moderno había sido “draftear a Tim Duncan”. Fue el 25 de junio de aquel 1997, en Charlotte y con un cantado número 1 que le convirtió en icono de un curso que no tuvo más representación All Star que la suya y la de Chauncey Billups y Tracy McGrady. Pero, es una de esas intrahistorias infaltables en el actual ecosistema NBA, nueve años antes de aquel draft de 1997 que cambió la historia de la liga, Tim Duncan preparaba el sueño olímpico en las piscinas de las Islas Vírgenes: quería ser nadador en los Juegos de Barcelona 1992. Un año después, en septiembre de 1989, el Huracán Hugo arrasó St. Croix y de la piscina en la que entrenaba Duncan no quedó nada. Lo siguiente, en una cadena de casualidades que ahora parece cosa del destino, fue el baloncesto. Casi todos los mitos parecen nacer con un balón debajo del brazo. Pero hay unos pocos a los que es el baloncesto el que les va a buscar. Tim Duncan, Timmy, es uno de ellos.
Gen nadador, el huracán y la muerte de su madre
Dicen que el jugador de baloncesto suele tener un físico que encaja bien con la piscina: altos, de pies y manos enormes y casi siempre ligeros para su altura en sus años de juventud. Kiki Vandeweghe amasó récords juveniles a finales de los 60 y principios de los 790 y Kris Humprhies no sólo nació cuatro meses antes que Michael Phelps (1985) sino que también nadaba, y cuentan más rápido antes de cumplir los 18 que el dueño de 22 medallas olímpicas. A Tim Duncan le acompañaba la genética y la tradición familiar: sus hermanas mayores Cheryl y Tricia también eran altas y extraordinariamente atléticas. La segunda nadó en los Juegos de Seúl 1988.
Con 13 años y en su reducto de Christiansted en las Islas Vírgenes, Duncan clavaba las marcas de los mejores nadadores de Estados Unidos y a su madre, Ione, se volcaba con su futuro en las piscinas a partir de este mantra: “Good, better, best. Never let it rest. Until your good is better, and your better is best” (bueno, mejor, lo mejor. Nunca te tomes un descanso hasta que tu bueno sea mejor y tu mejor sea lo mejor”. El joven Duncan, del que algunos expertos dijeron años después que podría haber sido un “Ian Thorpe con las manos y los pies mucho más grandes”, apuntaba a Barcelona y a los 50, 100 y 400 metros libres, esta última su gran especialidad.
Entonces llegó la cadena de desgracias, de la universal a la más íntima. En septiembre de 1989 unas tormentas eléctricas se alejaron de Cabo Verde evolucionando hacia tormenta tropical antes de llegar como el infame Huracán Hugo (categoría 5) a las costas de Puerto Rico, Islas Vírgenes y Carolina del Sur. Su paso dejó más de 50 muertos y miles de millones de dólares en daños. En St. Croix, seis fallecidos y un panorama apocalíptico del que se salvó la casa de Tim Duncan que su padre, masón, había construido para que resistiera el envite de las tormentas. No corrió la misma suerte la piscina en la que entrenaba y forjaba su sueño olímpico un Duncan que se negó a seguir a sus compañeros en unas sesiones de trabajo que se trasladaron al mar Caribe: tenía un miedo cerval a los tiburones. En el mismo tiempo su madre, gran impulsora de su vocación nadadora, abrió una lucha con el cáncer de pecho que se cerró con su muerte en primavera de 1990. Duncan no volvió a competir en una piscina.
Su cuñado y una pachanga con Alonzo Mourning
Devastado y sin lugar donde nadar, Duncan comenzó a jugar al baloncesto. En principio como un divertimento que le ayudara a olvidar la muerte de su madre antes de replantearse su vuelta a la natación. Justo entonces, más casualidades, su hermana Cheryl regresó de Ohio con su marido: Ricky Lowery, ex base de poca monta en Capital University. Este le instruyó en los rudimentos básicos del juego desde su punto de vista de jugador de perímetro, algo que quedó impreso en los excelentes fundamentos del futuro y devastador ala-pívot, que jugó sus primeros partidos a los 14 años y con la camiseta del instituto episcopal de St. Dunstan’s.
Como no paró ni de jugar ni de crecer, en menos de tres años era la sensación del Caribe, un secreto cada vez menos secreto entre los ojeadores y reclutadores de la NCAA: “el gigante ex nadador de St. Croix”. Le visitaron emisarios de Hartford, Delaware y Providence. Y también el entrenador de Wake Forest, Dave Odom, que buscaba fórmulas creativas en la caza de talento, harto de que las grandes universidades se quedaran sistemáticamente con las mayores promesas del país. Después de viajar por Europa y África a la caza de un pívot que complementara a su pareja Randolph Childress-Rodney Rodgers, se plantó en St. Croix por recomendación de su ex pupilo Chris King, un trotamundos que pasó por Málaga y que fue número 45 del draft de 1992, en el que fue 1 Shaquille O’Neal y 2, Alonzo Mourning. King, Mourning y otros compañeros de camada NBA pasaron por las Islas Vírgenes e improvisaron unas pachangas con jugadores locales. En ellas, un Tim Duncan de 16 años se las puso tiesas al mismísimo Mourning. King, impresionado, dio después la voz de aviso a Dave Odom. Poco después Duncan cerró su último año de instituto con unas medias de 25 puntos, 12 rebotes y 5 tapones.
Llegó a Wake Forest y jugó su primer partido oficial en la NCAA contra Alaska, en Anchorage. Jamás había visto la nieve hasta entonces y jamás había visto un baloncesto tan complejo y vertiginoso: asustado, ni anotó. Antes de acabar esa temporada, ya marchaba a ritmo de doble-doble y su equipo pasó el cuchillo por clásicos como Duke y North Carolina. En su segundo año, ese gigante que aprendía trucos nuevos cada día ya estaba en 16,8 puntos y 12,5 rebotes por partido. En su curso senior (1996-97) y después de ser dos veces Mejor Defensor de la liga, en 20,8, 14,7 rebotes, 3,3 tapones y 3,2 asistencias. El resto -el número 1 del draft, los Spurs, Popovich, los anillos- es historia sagrada del baloncesto.

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