BARCELONA -- Minuto 115. Glorioso minuto 115 para la historia del
Barça en la Supercopa de Europa y para la leyenda de Pedro Rodríguez,
quien quizá disputó sus últimos minutos de azulgrana para darle el
título en la prórroga. En el mismo minuto 115 que hace seis años, en
2009, marcó el gol de la victoria en Mónaco frente al Shakhtar Donetsk.
De la remontada a la goleada, de la goleada al derrumbe y del
derrumbe al sufrimiento y al éxtasis. El FC Barcelona se convirtió en
Georgia en el Rey de la Supercopa de Europa, igualando los cinco títulos
del Milan y después de imponerse al Sevilla en un partido extraño que
comenzó perdiendo, remontó hasta la goleada con una exhibición y acabó
sufriéndolo como nadie pudo imaginar hasta que Pedro apareció.
Apareció el canario olvidándose de protestas por una mano,
dejando a todos parados mirando al árbitro y fusilando a Beto tras su
rechace al obús raso de de Messi. Logró poner un broche de oro a su
carrera en azulgrana a pesar de que el Sevilla no se entregó nunca.
Jamás. Y tras ese 5-4 aún tuvo dos ocasiones de oro para volver a
igualar.
Acabó ganando el Barça un partido enorme para el espectador y
terrible para los entrenadores, con errores garrafales en una película
con varios guiones pero uno por encima de todos: el Sevilla es un equipo
mayúsculo, que no se rindió ni con el 4-1 en contra y condujo el
partido hasta la prórroga contra toda lógica.
Antes, el campeón de la Champions mostró sus galones a la orden
de un Messi superlativo, que en dos disparos a balón parado dio la
vuelta al sorprendente inicial gol de Banega, también de falta y vivió
durante muchos minutos una felicidad enorme, en una primera parte en la
que arrolló en fútbol al Sevilla para cerrarla con un 3-1 que se
adivinaba definitivo antes del 4-1 de Suárez, a los 52 minutos, que
mostraba una goleada sin paliativos.
¿Qué le pasó al Barcelona? Se le fundieron los plomos en cuanto
el físico y el desgaste pasaron factura… Y se convirtió en un chiste
defensivo, con Mathieu señalado al lado de un Mascherano que le dejó
vendido en el 4-2 de Reyes y no atendió el centro al que ya no acudía
Piqué para que el francés cometiera penalti.
Empujado por un sueño imposible, el Sevilla resucitó de un
aplastamiento para que Konoplyanka redondease el milagro con el 4-4
cuando el aire no le llegaba a los pulmones al Barça. Alucinado en la
mirada y pesado en las piernas, Messi parecía no dar crédito a lo
sucedido. Imposible de imaginar, la final se iba a la prórroga.
Y allí apareció Pedro entrando por Mascherano para dejar de ser
un simple secundario y volver a ser el principal de los protagonistas.
Fue el final de una final increíble. La más increíble de la historia de
este torneo para darle el poker de títulos a este Barça que buscará el
repoker en la Supercopa de España. Del sextete ya habrá tiempo para
hablar.
Al cabo de los dos goles de Messi para provocar la remontada, el
Barça condujo el partido a un festín, dando la sensación que en la
capital de Georgia se mostraba al mundo del fútbol a un equipo
majestuoso que no se había marchado de vacaciones y que nunca debió
preguntarse por Neymar. Poco parecía en algunos momentos que el Barça
mantendría su cita con la historia de sus éxitos en este torneo,
sufriendo hasta el último suspiro…
Luis Enrique sorprendió, pero menos, apartando de la titularidad a
Pedro a favor de Rafinha. Tan evidente parecía la alineación del
canario, que Roberto Fernández, el nuevo secretario técnico azulgrana,
puso luz al admitir que Pedro había pedido su salida del club,
convirtiendo en lógica su ausencia. El cambio de nombres no provocó un
cambio de dibujo evidente, pero no hizo falta para que el Sevilla
sufriera un suplicio durante muchos minutos.
Nadie en ese momento sospechaba el final de la final, el
desenlace de la película. Probablemente ni el propio Pedro, quien antes
del comienzo ni calentó con los suplentes.
El Barça condujo el choque en modo aplastamiento, sin dejar
respirar al contrario y con una extraña y llamativa puesta a punto
física que hace una semana, al regreso de Estados Unidos, parecía una
quimera. En silencio parecía que el Sevilla de Unai Emery preparaba más a
conciencia el duelo hasta que a la hora de la verdad la realidad le
explotó en la cara al equipo andaluz, a quien primero Messi en
particular y después el Barça en conjunto le arrodilló sin miramientos.
Al cuarto de hora habían subido tres goles al marcador en tres
libres directos a cual más espectacular. Y cuando el Sevilla, en la
recta final del primer tiempo, pareció tener arrestos para discutir el
triunfo azulgrana, un error garrafal de su defensa habilitó a Suárez
para fallar primero un gol fácil y regalárselo después brillantemente a
Rafinha.
Aquel 3-1 en el último suspiro del primer acto enterró al
Sevilla, que pareció entregarse tras el 4-1 a los 52 minutos.
Sentenciada la final, conquistada la Supercopa de Europa. Finiquitada la
fiesta. Eso debió pensar, sospechar y asegurar cualquiera menos Unai
Emery. Si iba a volver a perder contra el Barça lo haría con grandeza.
Enorme, el Sevilla aprovechó el desplome en la concentración
azulgrana para meterse en el partido. 4-2, 4-3… 4-4. Imposible de
pensarlo, era una realidad. Y se llegó a la prórroga con los dos equipos
prácticamente rotos en el físico y el Barça destrozado, o eso parecía,
en el aspecto anímico.
Hace diez años, en Estambul, el Liverpool conquistó la Champions
más imposible de la historia (con permiso de la final de 1999) al
remontar un 3-0 al Milan que le entregó el título en los penalties.
Debió soñar con ello unos instantes Unai Emery… Pero esta vez no se
llegó a esa tanda porque lo evitó Pedro en el minuto 115. Y porque la
fortuna le dio la espalda a su Sevilla en las dos últimas ocasiones de
la prórroga.
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