El ala-pívot contó para Sports Illustrated que atravesó la peor semana de su vida acostado en una cama en el Hospital Bautista de Miami preguntándose si alguna vez sería capaz de volver a jugar al baloncesto. "Sin poder jugar, no sería capaz de vivir", dijo Bosh. "Estuvo tan cerca. Era tan grave".
El de Dallas recordará siempre lo sucedido, sobre todo, por las
cicatrices que llevará el resto de su vida en su costado izquierdo, por
donde fue intubado para extraerle el líquido de la cavidad pleural que
rodean sus pulmones. "Yo no necesitaba ninguna droga", le repetía al
principio a los médicos. Cuando los tubos empezaban a golpear sus
entrañas cambiaba de opinión: "¡Oh, Dios, no. Dame las drogas ahora!".
Seis meses han pasado desde que Bosh salió del hospital. Ahora, ya
recuperado totalmente, descansa en su gran mansión de Santa Mónica (Los
Ángeles). El periodista americano aclara que la casa de Bosh es tan
remota, que es incluso complicado conseguir señal telefónica. "Por eso
me encanta", declara el jugador. Durante su ingreso, el
ala-pívot de Miami fue apuntando en un cuaderno gris cosas que le
gustaría hacer cuando se recuperase, entre ellas: aprender español,
tocar la guitarra, probar cerveza artesanal, cocinar, hacer senderos, etc.
A mediados de enero fue cuando Bosh empezó a sentir
una extraña sensación que se asemejaba a un calambre en la parte
izquierda de su caja torácica. Temblando preguntaba: "¿Qué diablos es
esto?". Una prueba reveló un desgarro muscular intercostal, por lo que
le colocaron una bolsa con agua caliente mientras dormía. Él estaba
convencido de que era un problema en la espalda, por lo que visitó a un
quiropráctico. Aun así, tuvo que seguir jugando porque sus compañeros de
equipo, Dwyane Wade y Luol Deng, también se habían lesionado. Anotó 34
puntos contra los Pistons mientras luchaba por respirar, y 32 contra los
Knicks mientras se retorcía de dolor durante los tiempos muertos.
Una noche, saliendo del pabellón (American Airlines Arena), el entrenador de Miami, Erik Spoelstra, vio a su center apoyado en la pared en el garaje. Le preguntó: "¿Estás bien? ", "Sí," respondió Bosh: "Sólo estoy recuperando el aliento después del partido".
Tras el fin de semana del All-Star, Bosh se tomó
unas pequeñas vacaciones en Haití, de las que tuvo que volver a Miami
por un dolor intenso en el pecho. Fue directamente al hospital, donde
los médicos le diagnosticaron finalmente unos coágulos de sangre en uno
de sus pulmones, que muy probablemente se originaron a partir de una
contusión en la pierna izquierda dos meses antes. Cuando compartió la noticia con su esposa (Adrienne), ella buscó rápidamente en Internet preocupada casos parecidos al de su marido.
El primer artículo que apareció fue uno sobre el exjugador de Portland
Trail Blazers, Jerome Kersey, que murió tras sufrir los mismos daños
pulmonares que Bosh.
Durante las primeras 36 horas en el hospital, Bosh temió por su vida,
hasta que los médicos fueron capaces de asegurarle que los
anticoagulantes que le estaban administrando hacían su efecto. Cuando su
vida ya no corría peligro, su siguiente preocupación era su carrera como deportista de élite.
Bosh ya sabía que su temporada había terminado, pero aún tenía que
esperar a los resultados para saber si su condición era hereditaria. "Si esas pruebas hubiesen dado positivo, ya no podría jugar nunca más. Estuve casi una semana sin saber nada".
Bosh se refugió en su esposa y sus tres hijos. Fueron su vía de escape. "Hay más cosas en la vida además del baloncesto. Eso es todo lo que podía pensar", dice Bosh. "Me sentía culpable".
"Todo el mundo piensa que sólo tenía los coágulos de sangre", explica Bosh. "Pero
los coágulos me produjeron una reacción adversa grave, donde todo ese
líquido acumulado en mis pulmones tenía que salir. Esa fue la parte más
miserable". Pasó cuatro días con los tubos dentro de su pecho,
un día en el quirófano y otro día con un médico insertándole una aguja
en el espacio pleural para drenar el exceso de líquido. Se le ordenó que
caminara por su habitación del hospital todos los días, y al principio,
apenas podía sentarse en la cama. Luego se volvió más ambicioso. "Puedo
hacerlo diez veces hoy".
Bosh es una persona muy alegre. Trató de ser optimista por el bien de su familia y amigos. "Traté de ser un buen deportista, pero a veces me acostaba en la cama y sentía lástima por mí mismo", recuerda. "Uno piensa en tantas cosas en esa situación...", dice Bosh. "¿Dónde he estado? ¿Dónde quiero ir? ¿Quién soy?".
Ahora, seis meses después de que saliera del hospital, despreciando
la silla de ruedas, le preguntaron si tenía respuesta a esas preguntas.
"Sí", dice, golpeando el puño sobre la mesa del comedor. "Soy un jugador de basket, maldita sea".
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