lunes, 20 de julio de 2015

AS
Talento de su generación y un ADN de carreras
Carreras, velocidad, coches, competición... El mundo de este nizardo incluía en el ADN familiar el automovilismo. Su abuelo, Mauro, fue tricampeón del mundo de GT. Su tío-abuelo, Lucien, corrió 17 grandes premios de F-1 y subió al podio en Mónaco en 1968, además de ganar las 24 Horas de Le Mans compartiendo un Ford GT40 con el mito mexicano Pedro Rodríguez. Su padre, Philippe, posee un circuito de kárting. Con un árbol genealógico en forma de circuito nacía en Niza en 1989 Jules Lucien André Bianchi, un niño que adoraba correr y le gustaba pensar que sería piloto. Con tres años ya daba vueltas por la pista con un kart aunque hasta los trece no llegó a competir en serio.
Su salto a monoplazas le hizo conocer a Nicolas Todt, hijo de Jean, que se convirtió en su mánager, amigo y hermano mayor. Junto a su compatriota trabajó duro en puntos clave para un piloto como saber analizar los datos, dominar los nervios, controlar la tensión, soportar la presión... en definitiva, madurar al volante. Y un aspecto fundamental que a Jules le costaba bastante. Dominaba el italiano y lógicamente el francés, su lengua materna, pero el inglés se le atragantaba. ¿La solución? Se apuntó a clases de canto para elevar el nivel de pronunciación.

En los circuitos, Bianchi mostró talento desde siempre. Ganó la Fórmula Renault 2.0 Francia en su debut en 2007. Al año siguiente, se impuso en el prestigioso Masters de Zolder de Fórmula 3. En 2009 conquistó las F-3 Euroseries frente a rivales como Bottas, Merhi o Gutiérrez. Saltó a la GP2, donde terminó tercero en 2010 y 2011, año en el que ingresó en la academia de jóvenes pilotos de Ferrari. En 2012 fue subcampeón de las World Series 3.5 y se convirtió en reserva de Force India en F-1, y la temporada siguiente en titular de Marussia.
Amante de la actividad física en cualquiera de sus modalidades, admiraba a Michael Schumacher y jamás nadie le vio negar un autógrafo o hacerse una foto. Simpático, agradable y divertido, estaba muy enamorado de su novia Camille Marchetti, una estudiante de osteopatía, que le acompañaba a todas las carreras. Se ha perdido un fantástico piloto, quizá un futurible campeón del mundo de F-1, y sin duda la gran esperanza francesa, pero también y en especial un excelente ser humano.

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