lunes, 18 de mayo de 2015

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Tom Brady
 BRISTOL -- Aquí están. Otra vez. Peleando por lo mismo. Exactamente, ¿cuán extensos son los poderes disciplinarios del comisionado de la NFL, Roger Goodell? Casi cuatro años después de aterrizar el acuerdo colectivo de trabajo (CBA, por sus siglas en inglés), ni la liga ni la Asociación de Jugadores de la NFL (NFLPA, por sus siglas en inglés) aflojan... y las consecuencias impactan a todos.

La NFLPA reveló su última ofensiva este viernes en su apelación al castigo de cuatro juegos contra el mariscal de campo de los New England Patriots, Tom Brady. Su primer argumento fue que Goodell violó el acuerdo colectivo al ceder la determinación del castigo al vicepresidente Troy Vincent. Después tomó una postura creativa en relación a su intento habitual de imponer una parte neutral sobre el derecho de Goodell para nombrar un conciliador. (Al llamar a Goodell como testigo en la audiencia, argumentó la NFLPA, debe recusarse como conciliador).
Bla, bla, bla. Esta pelea no conoce el final. No hay ganadores, solo líderes inflándose. Albert Einstein tenía una palabra para la gente que hacía lo mismo una y otra vez esperando diferentes resultados. Lo llamaba locura.
La NFL ha caído en una tendencia desesperante para resolver conflictos. Nos podemos remontar a las negociaciones del CBA en el 2011, en las cuales Goodell utilizó una posición de ventaja para atraerse una victoria inclinada que le otorgó amplias facultades para castigar jugadores. La consiguiente batalla, no obstante, no sólo se trató de un intento del sindicato por aferrarse a un regreso tras la derrota en la mesa.
La historia recientes --castigos por las recompensas de los New Orleans Saints, seguido de Ray Rice y Adrian Peterson en el 2014-- han validado la contenciosa respuesta del gremio. Goodell fue hallado por abusar, manejar mal o extralimitar sus extensas fronteras.
Lo cual nos lleva a las jugadas de ajedrez del viernes. Los detalles son un poco distintos, pero el tema adyacente no ha cambiado. El lenguaje de la apelación perfila un caso que, muy probablemente, va aterrizar en la corte.
Tómense un momento para pensar en ello. Al final, la NFL tendrá que pedirle a un juez federal --alguien que pasa la mayor parte de su tiempo lidiando con el crimen real y los problemas reales-- que decida el castigo (si es que hay) justo para un jugador que quizá supo que unos balones estaban desinflados intencionalmente (en poca cantidad) para ayudarse a ganar un partido. El acuerdo colectivo de 301 páginas, teóricamente escrito para proveer un mapa de resolución de conflictos, termina acostado e inerte.
A esto hemos llegado. La NFLPA se siente obligada a protestar no sólo el castigo en sí mismo, sino el proceso y la intención. Los jugadores no aprecian el poder cedido a Goodell en el CBA y esa es su mala suerte. Más allá, no obstante, al menos un propietario experimentó un despertar parecido. (Véase: Kraft, Robert).
Claro que existen razones económicas y legales para continuar esta lucha, pero es más un conflicto interno entre entidades morales cuyos intereses son variados. El resto de nosotros sólo vemos desorden. Vemos caos. Locura. Y entonces nos preguntamos cuándo, si acaso, terminará.

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