Después de bregar en la cancha, y también en los despachos, el Madrid
y el Valencia dejaron un cuarto acto magnífico que ganaron los blancos
por potencia de fuego; por recursos, por banquillo y por salud. Lo ganaron con el mono de trabajo, el que reclamaba Rudy
días atrás, y por defensa y rebote. Por dejar al rival en 35 puntos en
la segunda parte (y meter 43, claro) cuando se iba a trote de cien
(49-47 al descanso). Enfrente, mucho orgullo y mucho Dubljevic, destacados Lucic y Vives, aunque insuficiente ante la batería de cañones enemigos: siete jugadores firmaron entre doce y ocho puntos (Rudy, Nocioni, Reyes, Ayón, Llull, Rivers y Carroll). Frente a las dificultades, equipo. La
décima final seguida de Laso y compañía desde la campaña 2012-13, la
cuarta de Liga, algo que no había logrado nunca el Madrid, nunca con este formado de playoff que cumple 32 ediciones. Otro muesca en el revólver de un grupo ya histórico.
La primera parte nos recordó a un gran partido de tenis, de esos de Roland Garros,
con largos intercambios de golpes, con ritmo y con cambio de pista
entre el primer y el segundo cuarto en el que cada uno cogió la raqueta
del otro, y con ella sus armas. Arrancó el Madrid con la cartilla leída: colectividad, equilibrio interior-exterior, balones dentro…
Y el resultado fue que Reyes y Ayón se forraron. Entre ambos, 15 puntos
en el primer cuarto (8 canasta de dos del Madrid) frente a un Valencia
que daba la réplica desde el triple (4 de 8) con Vives en el papel de este becario es un líder.
Con el salto de un cuarto a otro, Laso metió a Carroll y sentó a sus
pívots, tiró también de Maciulis y Nocioni, Sergio Rodríguez ya andaba
sobre el parqué, y el Madrid giró hacia el perímetro (4 de 7 de tres en
ese periodo), a la caza del pase extra. Eficaz y preciosista a la vez. En la trinchera vecina cambio radical con Dubljevic y Lucic. Percutir y percutir. El resultado, 11 tantos cada uno (10 de 13 cerca del aro del equipo naranja, pero 0 de 2 de lejos).
En la reanudación, más Dubljevic. Todo. Lección magistral al poste (24 puntos y 31 de valoración). Clínic para el recuerdo, pero neutralizado por una actuación coral. Por un Madrid que volvía a gritar equipo. Y no uno cualquiera, sino el campeón de Europa.
Pudo estar más o menos fino, pero sus engranajes se acoplaron como no
hicieron en días previos. Funcionaron los mecanismos de alerta, la
defensa. El rebote. La solidaridad grupal. Lo vimos, lo leemos: 20
asistencias.
En el tercer cuarto fue cuando el Real empezó a ganar la batalla que valía una guerra,
justo después de la máxima local (55-49). Un parcial de 11-23 sentó las
bases de la victoria. Barrida en los rechaces (2 a 11 en ese tramo) y
10 de 10 desde la personal. Una entrada de Rudy (luego se
lesionó en la rodilla izquierda, un golpe sobre otro que ya tenía, en
principio no es grave) se saldó con dos faltas de Rafa Martínez,
la segunda por cortar en seco la penetración después de que pitaran los
árbitros, y técnica a cada uno por mal encararse. Rudy encestó los
cuatro libres y Llull la clavó de tres. Siete tantos seguidos
(57-63). Al inicio del último periodo los visitantes tocaron los nueve
de ventaja tras triple de Carroll y supieron manejar esa renta, jugar
con ella.
Bien Nocioni y bien Rivers, que recuperó el balón de la sentencia y
luego Llull lo palmeó. A la final, con visto bueno además del Comité de
Apelación (“no hubo alineación indebida en el tercer partido”). Al Valencia le faltaron Van Rossom y Loncar, y medio Pau Ribas. Y le faltó acierto en el perímetro aunque le sobrara corazón. Y si te falla la artillería, te faltan armas ante el Madrid. Pedazo de semifinal. Tan grande como Sato, que al terminar el duelo entró en vestuario ajeno para felicitar a los rivales uno a uno. Y a los técnicos. Deporte.
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