Adam Yates cruzó la meta extrañado. Todos le aclamaban y no daba crédito. Se señaló el pecho con los ojos abiertos como platos pidiendo respuestas. “¿Yo? ¿Ganador?”. Carcajadas varias. En la subida definitiva a Bordako Tontorra
perdió la conexión por el pinganillo. Requería tiempos y sólo escuchaba
un zumbido. Antes del giro previo a la meta, se ajustó por última vez
el artilugio con la esperanza de conocer diferencias con los devoradores
de asfalto que venían por detrás y por delante. Nada. A 20 metros de cruzar la raya, el auxiliar de su equipo, el Orica, le informó que era el ganador. Levantó los brazos al cielo en una postal casi cómica. Le frenó y se abrazaron. Se han dado casos de ciclistas que se desatan sin darse cuenta de que eran segundos.
Pero de esto poca memoria hay. El podio es la única instantánea que
constata su triunfo, el más importante de su carrera. Porque la estampa
exultante en meta no existe.
La historia se complicó más todavía acabada la carrera, cuando Van Avermaet tuiteó: "Iba a ganar la Clásica San Sebastián, hasta que una moto me tocó y me fui al suelo. Game Over! Bravo organización, bravo motto".
En la rueda de prensa posterior, Yates reconoció haber visto la caída,
pero, al no tener pinganillo, no supo bien que era y siguió hacia
adelante para llevarse este extraño triunfo.
A sus 22 años, cuidado con esta promesa. Yates
se sacó la amargura del año pasado. En 2014 se quedó con la miel en los
labios cuando iba a disputar la txapela a Valverde, ya que se cayó en
el descenso de Igueldo. En esta ocasión tiró como un descosido y
aprovechó que el grupo perseguidor traía mucho lastre: el marcaje directo de Valverde y Purito.
El británico aventajó pronto en 15 segundos a ese grupo en el que
también estaban Mollema y Hesjedal. El marcaje de los favoritos
ralentizó la marcha y en la última curva entraron Gilbert y Moreno.
Valverde remontó a este último para ser tercero. Otra vez un bronce,
aunque este le sabe un poco más amargo que el de París, pues aspiraba a
revalidar el triunfo en la cita donostiarra.
Con la txapela en la cabeza, Adam, que corrió con su hermano gemelo Simon, atacó en el momento adecuado, viendo cómo el año pasado todo se decidió en el ascenso a Bordako Tontorra, con una pendiente media del 9%, y esa bajada que invita a la velocidad. Coronó con siete segundos y se lanzó a tumba abierta a un final que le sorprendió.
El día comenzó con tormenta, pero el asfalto se secó rápido. Casi sin
dar el banderazo de salida hicieron camino Boaro (Tinkoff), Agnoli
(Astana), Dennis Vannendert (Lotto Soudal), Haas (Cannondale), Wynants
(Lotto), Degand (Iam), Mas (Caja Rural) y Hardy (Cofidis). Atrás
trabajaba el Movistar y luego Katusha, los equipos de los dos grandes
candidatos a la txapela. Antes del paso por el Boulevard, de callejear
por San Sebastián y pasar por la zona de meta en busca de los últimos
kilómetros, se destacaron nueve ciclistas, con medio minuto de ventaja sobre el pelotón y una serie de ciclistas filtrados por medio.
Por ahí andaba Landa, que trata de coger la forma tras el Giro y antes
de afrontar la Vuelta. También Rossetto, Hesjedal, Gilbert, Silin y
Barguil. Afrontaron los continuos giros, el polígono y la decisiva subida a Bordako Tontorra, donde Yates inició su desconcertante victoria.
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