Cantaba Gardel que treinta años no son
nada, ¿o eran veinte? Vale, sí; pero permítanme la licencia. Tres
décadas y un año, un suspiro para algunos, cosa de abuelos para otros.
El tiempo que se cumple de una de las mejores finales de todos los
tiempos, la de la temporada 1983-84. Fue la última final con el formato 2-2-1-1-1 hasta que en 2014 se volvió a recuperar. Las quejas del mítico Red Auerbach provocaron el cambio a una configuración 2-3-2. El general manager de los Boston Celtics
pasaría en aquel 1984 a ser presidente de la franquicia, atrás quedaba
su gloriosa carrera como técnico y sus nueve anillos. Dieciséis en total
si contamos también los de su etapa como directivo.
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Auerbach se quejaba de que tanto viaje de costa a costa de los Estados Unidos era contraproducente. Un desplazamiento de Este a Oeste que no se producía en el resto de los playoffs por la clásica división entre Conferencias. Pero esa despedida del formato es pura anécdota comparada con la magnitud de las batallas que estaban por venir. Una final Discovery, como aquel transbordador espacial de la NASA que nos alucinaba en los ochenta con sus despegues y esos aterrizajes con paracaídas incluido, una final que propulsó a la NBA hasta cotas de popularidad difíciles de imaginar pocos años antes.
El boom de la Liga Norteamericana sintetizado en siete partidos. El primer choque en la cima entre Magic Johnson y Larry Bird, que habían desembarcado en la competición cuatro años antes, en 1979. El primero llegaba con dos anillos y dos MVP; el segundo, con un título y un MVP, en este caso de la regular season
y concedido apenas unas semanas antes. Pero no se habían visto las
caras más allá de los duelos habituales del curso. Supuso, además, el
primer Celtics-Lakers en una final en quince años. El
primero desde 1969, el octavo de la historia. ¿Y saben quién había
ganado los siete anteriores? El mismo que ganó aquella temporada. Sí,
los Celtics. Ocho triunfos seguidos ante su gran rival
en una pelea gigante por una hegemonía en el palmarés de la que aún
presumen en Boston: 17 a 16. Los Celtics sólo han perdido cuatro finales
en toda su historia (81% de victorias), tres ante el equipo angelino
(2010, 1987 y 1985). Los Lakers, en cambio, suman 15 derrotas, nueve
ante los del trébol.
Aquella, la de 1984, fue el último gran triunfo de la
tradición céltica antes del primer éxito angelino. Una victoria que se
coció a fuego lento, en siete duelos, con un quinto que pasaría a los
anales de la NBA y cuya memoria se recuperó hace un año tras la
inopinada sauna en la que se convirtió el AT&T Center de San Antonio en la final ante Miami. Fallo en el aire acondicionado, aseguraron.
Un quinto partido en el mítico Boston Garden
que marcó el desenlace, con triunfo local en un duelo jugado con
temperaturas superiores a los 35 grados centígrados (121-103), y que
dejó una imagen imborrable, a Kareem Abdul-Jabbar con
una mascarilla de oxígeno. No fue el único. El calor destrozó a los
Lakers, cuenta la leyenda que incluso se encendió la calefacción. ¿Otra
artimaña del gran Auerbach? Piensen lo que quieran. Las temperaturas en
el Boston Garden fueron elevadas durante toda la serie, pero en ese
quinto partido (Boston se adelantaba 3-2) rebasó el límite del decoro.
El propio Abdul-Jabbar, entonces con 37 años, responde así cuando le
preguntan si de verdad hizo tanto calor aquel día: “Sugiero que quien
quiera se vaya a una sauna, haga cien flexiones con la ropa puesta
y luego trate de correr de un lado a otro durante 48 minutos. El
partido se jugó como a cámara lenta, lo que nos perjudicaba por nuestro
estilo. Parecía como si estuviéramos corriendo sobre barro”.
Los Lakers, que empezaron la serie más fuertes, no pudieron
salvar aquel obstáculo, tampoco otros de índole deportiva. Ganaron el
primer duelo como visitantes (109-115) y arrasaron en el tercero, el
primero en Los Ángeles (137-104), pero tropezaron en el
segundo (124-121) y en el cuarto (125-129) tras sendas prórrogas, a las
que se llegó después de varios fallos angelinos. En el segundo, Gerald Henderson interceptó un pase clave de James Worthy; y en el cuarto, Magic Johnson sumó errores de dos en dos. Un pase que fue a parar a las manos del enemigo, del Jefe Parish, y dos tiros libres desperdiciados. La afición de Massachusetts se burló del gran Earvin Johnson cambiándole el apodo, de Magic a Tragic, Trágico. El sexto choque, el que vino tras el de la sauna, se quedó en Los Ángeles (119-108).
Todo se decidiría en el séptimo, sin el calor asfixiante del quinto, pero con una presión y una atmósfera también agobiante. El mejor fue Cedric Maxwell
(MVP de la final de 1981) con 24 puntos, 8 rebotes y 8 asistencias;
aunque esta vez el MVP fue para Larry Bird, el primero en una final de
los dos que conseguiría en su carrera. Atrás quedaba la arenga a sus
compañeros tras la dolorosa derrota del tercer duelo, en la que aseguró:
“Hemos jugado como mariquitas”.
Los Lakers, que perdían en el séptimo por 14 tantos,
llegaron a ponerse a tres a falta de un minuto. No bastó. Nueva corona
para los Celtics, con KC Jones en el banco y un quinteto de leyenda: Dennis Johnson, Cedric Maxwell, Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish. Danny Ainge
todavía no era titular. Un equipo que había alcanzado su cénit, aunque
se mantuvo arriba tres temporadas más, frente a un rival en ascenso,
cuyos mejores años aún estaban por venir. Derrota amarga para los Magic,
Jabbar, Worthy… y un tal Larry Spriggs, que jugó en el Madrid en la 86-87. La NBA explotaba con el showtime, un boom paralelo al del baloncesto español. Recuerden que aquella final fue en mayo-junio y en agosto se celebraron los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. España y Estados Unidos se daban la mano, hace ya treinta y un años. Tan lejos y tan cerca.
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