Fue el equipo más regular, el que más y mejor fútbol practicó. Luis
Enrique y su primer proyecto se coronaron con el 23º título de Liga para
el Barça. Se considera un éxito, aunque hay que reconocer que no fue
sencillo. Con tiempo para convivir con crisis de vestuario (la de Messi
con el entrenador), rescisiones de contrato (la de Zubizarreta y su
equipo), el anuncio de elecciones (aún sin fecha confirmada) y las dudas
sobre el técnico (se le criticó la manera de jugar y las constantes
rotaciones), el equipo solventó las trampas.
Messi despertó. Comenzó bien la temporada, sin nada que ver con la anterior, y fue el futbolista que acabó cerrando gran parte del trabajo del resto del equipo. Neymar no se quedó atrás y Luis Suárez, que comenzó a jugar a finales de octubre al arrastrar la sanción de la FIFA por el mordisco a Chiellini, se adaptó al Barça como si fuese un canterano nacido en Sant Pau de l’Ordal.
El Barça arrancó el campeonato con siete triunfos y un empate (en La Rosaleda), hizo 22 goles y no encajó ninguno. El primero llegó en el Bernabéu (3-1) y ahí comenzaron las primeras dudas, puesto que la semana siguiente perdieron en casa frente al Celta (0-1) y el recelo iba creciendo como la ventaja que iba tomando el equipo de Ancelotti en lo más alto de la tabla.
Una derrota en Anoeta (1-0) pareció que iba a hacer explosionar al Barça y al barcelonismo. Fue cuando echaron a Zubizarreta, Bartomeu anunció las elecciones y se afilaban las hachas para ejecutar a Luis Enrique. Parecía que la relación con Messi estaba perdida y fue cuando Leo vaciló en las redes sociales y se puso a coquetear con el Chelsea y algunas de sus estrellas tras no presentarse a un entrenamiento con niños. Estaba la Liga para que el Madrid arrasase, pero la gestión de Xavi, la paciencia del presidente y el “no me mires que no te veo” entre La Pulga y el entrenador acabó convirtiendo al Barça en una máquina casi perfecta, que logró unos resultados brutales y que concretó, tras una dura batalla con el Madrid, el 23º título de Liga para los culés.
Messi despertó. Comenzó bien la temporada, sin nada que ver con la anterior, y fue el futbolista que acabó cerrando gran parte del trabajo del resto del equipo. Neymar no se quedó atrás y Luis Suárez, que comenzó a jugar a finales de octubre al arrastrar la sanción de la FIFA por el mordisco a Chiellini, se adaptó al Barça como si fuese un canterano nacido en Sant Pau de l’Ordal.
El Barça arrancó el campeonato con siete triunfos y un empate (en La Rosaleda), hizo 22 goles y no encajó ninguno. El primero llegó en el Bernabéu (3-1) y ahí comenzaron las primeras dudas, puesto que la semana siguiente perdieron en casa frente al Celta (0-1) y el recelo iba creciendo como la ventaja que iba tomando el equipo de Ancelotti en lo más alto de la tabla.
Una derrota en Anoeta (1-0) pareció que iba a hacer explosionar al Barça y al barcelonismo. Fue cuando echaron a Zubizarreta, Bartomeu anunció las elecciones y se afilaban las hachas para ejecutar a Luis Enrique. Parecía que la relación con Messi estaba perdida y fue cuando Leo vaciló en las redes sociales y se puso a coquetear con el Chelsea y algunas de sus estrellas tras no presentarse a un entrenamiento con niños. Estaba la Liga para que el Madrid arrasase, pero la gestión de Xavi, la paciencia del presidente y el “no me mires que no te veo” entre La Pulga y el entrenador acabó convirtiendo al Barça en una máquina casi perfecta, que logró unos resultados brutales y que concretó, tras una dura batalla con el Madrid, el 23º título de Liga para los culés.
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